¡Hola a todos! Hoy escribimos con retraso, pero las do entradas que faltan no se quedarán en el tintero.
El sábado despertábamos con la sensación de que había llegado el final. Desayunamos y dedicamos la mañana ha terminar y perfeccionar el regalo del amigo invisible.
Después comimos ensaladilla rusa, panga y manzana.
Por la tarde, después de un rato de tiempo libre para descansar, nos organizamos por grupos para que los acampados nos pusieran los motes a sus monitores. Luego acabamos el regalo del amigo invisible y nos fuimos cada uno a su tienda de campaña.
Allí, ordenamos las maletas, guardamos todo lo que estaba fuera para que al día siguiente, cuando todo hubiese acabado, no nos cotaría nada vaciar nuestra tienda.
Una vez ordenado todo, nos fuimos a la ducha y después a ponernos guapos para la fiesta de despedida.
Los mayores había decorado genial el comedor con serpentinas de colores y rollos de papel de colores. Cenamos pollo con patatas y una vez recogido todo se abrió el buzón. Como siempre, el más lleno y emotivo de cada campamento. Algunos de los acampados más mayores y algunos monitores leyeron sus cartas para todos. Poco a poco, todos llorábamos, los niños cogían el papel del techo para secarse las lágrimas mientras le contagiaba el llorar al de al lado... Una vez acabada la lectura de carta, todos nos abrazábamos y convertimos las lágrimas en sonrisas y...¡Qué comience la fiesta!
Bailamos y cantamos todos juntos hasta que el cuerpo, al que le habíamos dado buen trote en los 15 días, aguantó.
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